Las encuestas no son el problema
Tras las últimas elecciones las encuestas están otra vez en el ojo del huracán. Una vez más las sindicamos como responsables por no poder predecir el resultado. Otra vez, sus directores se esmeran en explicar el por qué de sus pronósticos. Las razones por las que no acertaron. Otros -que aseguraban haber tenido los resultados- apuntaron a la ley como responsable de no haber podido publicar sus resultados antes, mientras enviaban informes de último minuto al mismo tiempo que las mesas ya contaban los votos.
Tal vez, deberíamos preguntarnos si son realmente las encuestas el problema, o si en realidad el problema está en lo que seguimos pidiéndole. Lo anterior implica asumir de una vez que, en vez de pedirles que sean predictoras de un futuro altamente complejo y ambiguo, quizás debamos esperar que ellas sean develadoras de las tendencias que darán forma a la realidad. Que faciliten la prospección estratégica de futuros alternativos y de las posibilidades que estos nos presentan. Que permitan explorar los entornos externos en busca de señales que permitan crear mapas del panorama que emerge para así contrastar nuestros planes y estrategias, innovar y apalancar verdadero cambio transformativo.
El futuro es un espectro de posibilidades que podemos ‘empujar’ o que podemos ‘recoger’. Actualmente nos concentramos en aquellas opciones que podemos ‘empujar’ o forzar basados en tendencias o asuntos emergentes que se nos vuelven evidentes, ‘empujándonos’ hacia un determinado futuro independiente de lo que hagamos. En el otro extremo, si ‘recogemos’, abrimos la oportunidad para intencionalmente identificar y crear nuestros futuros más pertinentes.
Asumamos que es imposible predecir el futuro, pero sí es posible anticipar ciertos contextos. Por ello, se hace urgente repensar el valor de las encuestas, ya no desde lo que esperamos, si no desde lo que les pedimos para crearlo.
Alejandro Inzunza, socio Symnetics